El famoso «¡Que inventen ellos!» con que Miguel de Unamuno aplaudía
el desierto en el que habitaba la ciencia española a finales del siglo
XIX y principios del XX tiene en Federico Cantero Villamil a una de sus
principales víctimas. Este ingeniero de caminos (Madrid, 1874-1946)
logró la hazaña en aquella España sin interés por el progreso científico
de ultimar el primer helicóptero en 1936, dos años antes que su creador
oficial, el ucraniano Igor Sikorsky. El inicio de la Guerra Civil
impidió al investigador español patentarlo y finalmente los laureles
históricos se acabaron marchando a EE. UU., en donde Sikorsky ya
diseñaba la producción en serie de estas aeronaves durante la década de
los cuarenta. El libro Cantero Villamil. Crónica de una voluntad
, escrito por Federico Suárez Caballero a partir del legado documental
de su única hija viva, Concha Cantero, rescata del olvido a un inventor
nato que llegó a acumular durante su carrera veintitrés patentes
aeronáuticas, el mismo número que el más conocido Juan de la Cierva,
creador del famoso autogiro y que, por contra, sí que gozó de una mayor
notoriedad social. Cantero había ensayado con rotores de helicóptero
desde principios del siglo XX, a pesar de que la ocupación central de su
vida era su trabajo como ingeniero de caminos, en el que destacó en el
aprovechamiento del Duero y algunos de sus ríos tributarios. Cantero fue
el autor de un proyecto global de generación de energía hidráulica que
más tarde fue conocida como Solución Ugarte o Solución Española del
Duero en Aguas Internacionales. Sin embargo, para el ingeniero sus
trabajos de caminos, canales y puertos no eran suficientes, y así en
1935 proyectó la finalmente denominada Patente en 1940 La
contienda civil española impidió que la Libélula Viblandi entrase en la
oficina de patentes hasta 1940, cuando ya Sikorsky había conseguido
elevar por los aires su VS300, reconocido como el primer helicóptero
eficiente capaz de volar, y que ha sido el origen del desarrollo que en
décadas posteriores han tenido este tipo de aeronaves. Tras la muerte de
Cantero en 1946, la comunidad científica española tampoco reivindicó el
trabajo del ingeniero. Así lo explicaba el pasado junio el catedrático
aeronáutico José Luis López durante unas jornadas técnicas celebradas en
Gran Canaria en declaraciones realizadas a la agencia EFE. «Es una
injusticia histórica el desconocimiento general que existe sobre los
inventos de Cantero», explicó. López lo demostraba señalando que en los
52 años que había permanecido en la Escuela de Ingenieros Aeronáuticos
de Madrid nunca había escuchado hablar del ingeniero.
Libélula Viblandi (un a palabra
que provenía de los nombres Villamil, Blanco y Díaz, que eran sus
ayudantes técnicos).
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